domingo, 12 de junio de 2011

Amalia

Todas las grandes ciudades tienen un metro, con más o menos líneas, más o menos moderno e inhóspito pero lo tienen. Miles de personas lo usan al día, con prisas, con ansia, con miedo a perderlo y dejar escapar oportunidades únicas… otras simplemente temen llegar tarde a su destino.
Los tickets usados ruedan como pelotas; un niño los golpea creyéndose futbolista.  Un hombre barbudo y harapiento se arrastra por el suelo revisando las tarjetas multiviaje que,  ya usadas, quizá alberguen ese último viaje que quedó camuflado ante los ojos de su anterior dueño, y quizá le lleve de vuelta de nuevo a la felicidad, a su antigua casa, a su antigua vida. Su compañero toca un desafinado instrumento que recuerdo fue de otra vida. Pacientemente, espera esas monedas que le darán de cenar a la noche,  y sonríe intentando enternecer a los privilegiados viajeros para que suelten las vueltas que, tintineantes, se oyen desde sus bolsillos.
Estudiantes con mochilas a la espalda, apuntes en mano y auriculares en los oídos, esperan impacientes a que los lleven de vuelta a casa, a la biblioteca o Dios sabe dónde.
Adolescentes en grupo. Chicas de no más de quince años subidas en sus tacones, modelos cortísimos de pedrería y maquillaje oscuro que las hacen mayores y agresivas. Chicos con bolsas de plástico donde llevan bebida. El sustento de sus vidas, la diversión de sus días. No es más de media tarde. Se ríen entre ellos mofándose de la inocencia de sus padres, que los han dejado salir creyendo que iban al cine.
Empresarios trajeados ocupan todo el banco. No levantan ni un segundo la vista de sus sofisticados teléfonos móviles. Acuerdan citas, cierran tratos de última hora, que pueden hacer que sus vidas caigan en desgracia o simplemente hagan que continúen en esa nube de derroche y lujo en la que viven.
Una mujer embarazada está de pie junto a ellos. Está cansada, tiene los pies hinchados, su bebé le recuerda que existe pataleándola. Apoya las manos en sus riñones para erguirse y así aliviar un poco el dolor. Ha tenido que venir andando desde la consulta del médico y ha tardado más de cuarenta y cinco minutos; Estaba deseando poder sentarse. Nadie le ha cedido el sitio, ni el menor gesto de cortesía,  ni una sola mirada de afecto.
En menor medida, también podemos encontrarnos con gente sin rumbo fijo, que elige líneas para pasearse y carece de planes para la tarde del sábado; están solos y quieren aislarse en esa pequeña villa subterránea llena de túneles, sonidos, luces, vaivén…  Camuflarse entre esas personas que aparentemente llevan un destino, mezclarse entre ellas, aparentar indiferencia y seguridad, sumergirse y olvidar la cruel realidad que arriba queda.
Nacho está sentado en el suelo, para él tampoco había sitio. Espera paciente a que lo lleven de vuelta a casa; la pantalla digital marca desde hace más de diez minutos que el metro está a punto de llegar, sin embargo sigue ahí sentado. Agarra con fuerza una carpeta abarrotada de folios que contiene lo que posiblemente sea su salto a la fama en el mundo de la literatura. Tiene miedo a que se la roben, la abraza muy muy fuerte contra sí. Realmente, él sabe que esos folios no irán a ninguna parte y quedarán lejos de convertirse en un “best-seller”.  No son más que esbozos de lo que podría ser una novela, ideas sueltas, sin terminar de unirse entre ellas y, que si llegara a leer algún editor, no dudaría en hacer aviones y barcos con ellos.
Hace más de un mes que pasa todas las tardes en la biblioteca anotando sus ideas y documentándose para crear algo grande. Lleva varios meses leyendo a los grandes novelistas, intentando influenciarse en su forma de narrar y crear a los personajes. Parece que no está dando mucho resultado; de hecho, está descuidando sus estudios; Todos saben que este año es decisivo para él, está a las puertas de la facultad y no puede permitirse ningún descuido... se estaría lamentando toda su vida… Pero ahora mismo en lo único que piensa es en alcanzar esa fama y éxito que algún día gozaron escritores de la talla de Delibes o Cela… poder llegar a ser como ellos…
Parece no ser consciente que, al exigirse tanto y no ir poco a poco,  la frustración le invade y absorbe, impidiéndole concentrarse en ninguna de las tareas que se propone...
-          Lo primero que haré, nada más llegar a casa, será tomarme una taza de café bien cargada y continuar pensando en nuevos personajes y modificaciones que pueda hacerle a la novela…- dijo para sí.
El suelo comenzó a temblar. Un zumbido se iba acercando, la gente al notarlo se  fue poniendo en pie, y los que ya lo estaban, se iban preparando. Las madres, sobreprotectoras,  agarran a sus hijos fuertemente de las manos para evitar que salgan corriendo o se extravíen en mitad del gentío.
Todos se acercan a las puertas, algunos no recuerdan que hay que dejar salir antes de entrar y a empujón limpio se cuelan, todo sea por asegurarse esa plaza para estar sentados durante el trayecto…
El último de la cola, ahí está él, sin prisas, sin empujar a nadie. De todas formas, no por antes entrar va a llegar antes a casa…
Para su sorpresa,  el vagón no está completo, quedan algunos huecos libres, pero no se molesta en sentarse,  se agarra a una de las barras metálicas que hay junto a puerta y se sumerge en sus pensamientos a la vez que, suavemente, el tren se vuelve a poner en marcha.
El vaivén de los raíles le mece, le balancea de un lado a otro, su cuerpo está débil, agotado… ya son dos las noches que lleva sin dormir… Le pesan los párpados... Nota que puede perder el equilibrio con su adormilamiento y se agarra aún más fuerte al barrote, deja posar la cabeza para así poder descansar aunque sean sólo unos minutos, y cierra los ojos… De todas formas, todavía quedan varias paradas hasta llegar a casa...
Levanta la vista y ve que, justo al lado de la ventana, hay una chica sentada, sola, nadie ha querido sentarse a su lado. Está completamente sumida en su libro, un grueso volumen con una cubierta de cuero que no deja a la vista ningún título.
El vaivén del vagón hace que la cabeza de la chica se mueva de un lado al otro. Algunos mechones de pelo rubio le caen rebeldes; ella los ignora y no se molesta en colocárselos tras las orejas. Su pelo es largo, liso, cae sobre sus hombros hasta llegar al pecho. La blancura de su piel se confunde con la claridad de su pelo,  apenas puede ver su cara, aun así se fija en sus manos. Tiene unos dedos largos y finos, no lleva las uñas pintadas, ni anillos ni ningún tipo de abalorio. Lleva un suéter de hilo azul con el cuello en forma de barco que deja a la vista sus pronunciadas clavículas y una elegante gargantilla donde se vislumbra un solitario brillante. Las luces se reflejan y juegan con él, un arco iris emana desde su pecho y parece llamar a Nacho a acercarse.
Como hipnotizado por ese festival de colores y por el aura de misterio que emanaba la chica, se acercó a ella y se sentó justo a su lado. Cae de una forma más brusca de la esperada y, a pesar de haber chocado contra ella y haberla movido, ella no levanta la cabeza de su libro, no le mira, ni se inmuta.
Puede ver su perfil, no tiene los pómulos muy marcados, tiene unas facciones suaves, no tiene ninguna mancha ni marca a la vista. Sus labios carnosos están pintados de un rojo cereza que resalta aún más la blancura de su cara. Sus orejas están al descubierto, y no lleva pendientes. Tiene que haberse dado cuenta de que la lleva mirando un rato, a pesar de ello no se gira, su libro es lo más importante.
Curioso, echa un vistazo sobre lo que lee y, para su sorpresa, no entiende el texto. No está en castellano, tampoco en ninguna lengua que él conozca; no es inglés, no es francés, tampoco parece alemán… una lástima no poder entender lo que la tiene tan abstraída.
Inmerso en su admiración e incredulidad, no se da cuenta de que ella le mira, ha levantado la vista del libro y tiene sus ojos clavados en él. Cierra el volumen de un golpe seco.
-          Nacho, Nacho, puede que no sepas que leer a hurtadillas los asuntos de los demás es de muy mala educación; de hecho, da una muy mala impresión de lo que en realidad eres…
Su voz sonó firme, suave, salpicada con unas notas de agudeza que se compenetraban a la perfección con esa manera peculiar de haberle llamado la atención. La musicalidad de su voz hizo que pasara por alto el hecho de que supiera su nombre de antemano sin antes haberse conocido ¿O lo habían hecho?
-          ¿Cómo sabes mi nombre?- consiguió preguntar, balbuceando.
Sus enormes ojos verdes estaban clavados contra él, no podía ver nada a través de ellos. Tan cercanos y a la vez tan impenetrables…
Sus labios mostraban un esbozo de lo que parecía una sonrisa, indiscretos,  le dejaban entrever la cantidad de secretos que en su interior guardaban.
-          Vaya, me has defraudado bastante. Yo que esperaba otro recibimiento por tu parte, después de haberme tomado la molestia de haberte estado visitando todos estos días en sueños…
No podía creerse lo que estaba oyendo, ¿en sueños?, ¿visitando?... ¿qué decía?
-          Oye, de veras que no entiendo lo que dices; además, no suelo tener sueños, ni mucho menos recordarlos… por cierto, ¿me puedes decir quién eres? 
Su frente lisa y marmórea se arrugó, dejando ver claramente su molestia con esa pregunta.
-          Me sorprende que un futuro escritor como tú no sienta curiosidad por explorar más allá de lo racional y sumergirse en el maravilloso mundo surrealista de los sueños… ¡Me esperaba mucho más de ti, desde luego!... De acuerdo, no te haré pensar más. Tu actitud me preocupa, estás así desde que comenzaste con toda esta historia de la novela, te intenté ayudar desde el principio, aconsejándote sobre qué aspectos cambiar de los personajes y  el desarrollo de los acontecimientos, pero tú no me escuchabas, seguías dándole más importancia a aquellos que menos debían tenerla…¡y a mí me dejabas completamente de lado!
-          …Creo que esto es demasiado para mí, no entiendo nada, no me caben en la cabeza todas las cosas que me estás diciendo…
El vagón fue ralentizando el ritmo, pero los pasajeros que iban en él apenas se dieron cuenta. Algunos iban de pie, otros sentados, todos con la mirada fija en un punto, sin hablar entre ellos, abstraídos como si ya estuvieran informados de hacia donde se dirigía ese tren y lo que les deparara al llegar.
Ella se levantó de su asiento sin apenas apoyarse, no pudiendo evitar tambalear y caer sobre Nacho.
-          Por favor, antes de que te vayas, dime al menos tu nombre.
Se liberó de sus brazos y consiguió acercarse a la salida. El tren se detuvo completamente y las compuertas se abrieron. Justo antes de bajar, le dedicó unas últimas palabras:
-          Cámbiame el nombre. Cambia la historia. Sal del sueño.
Sin decir más, se fue. Pero justo antes de perderla para siempre,  salió corriendo detrás de ella, evitando dejarla escapar y deslizándose bruscamente entre las compuertas que ya se cerraban.
Vacío. La presión iba a hacer que de un momento a otro le estallase la cabeza. Dolor. Un sonido se iba haciendo cada vez más agudo y le taladraba sin compasión los tímpanos.
Próxima estación: Gran Plaza. Enlaces con líneas dos, tres y cinco.
Un golpe seco en la cabeza le sacó del aturdimiento tras el frenazo del tren. Estaba en el suelo, en posición fetal, con su maleta y carpeta a modo de almohada. Atraía miradas curiosas, algunas de compasión y lástima,  otras cargadas de repulsión. La impresión que debía de dar debía de ser bastante deplorable: dormido sobre el suelo del vagón de un metro. ¡Como un indigente!
Se intentó levantar pero el dolor de cabeza era bastante intenso, por lo que se irguió y apoyó la espalda contra la pared, quedándose sentado.
Buscó con la mirada por todo el vagón sus ojos. Y allí estaba, junto a la ventana, en la misma postura que la había visto hacía unos momentos, enfrascada en su libro. Con todas sus fuerzas se impulsó y se acercó a ella. La gente se apartaba con miedo a que cayese encima de ellos y causase un estropicio. Al igual que había vivido, al lado de la chica había un sitio libre. Agarrándose a una barra de hierro consiguió sentarse a su lado haciendo un ruido estrepitoso, la chica asustada lo miró, sus ojos se cruzaron con los de él, colmados de deseo y esperanza. Sin esperarlo, le cogió la mano y ella soltó un grito.
-          ¡Te he encontrado de nuevo! ¡Por favor, dime cómo te llamas!
La gente se percató del jaleo y algún valiente intervino separando a Nacho de la chica que, asustada, se arrinconaba a la pared del vagón buscando protección.
-          ¡Sólo quiero saber tu nombre…!- gritó en medio de un forcejeo con dos hombres musculosos. La gente había montado un gran revuelo. Las madres agarraban fuertemente de la mano a sus hijos, con miedo a que se les acercara aquel perturbado, otras que no tenían hijos a los que cobijar, protegían sus bolsos arrimándolos hacia ellas.- ¡Nos hemos visto en sueños!- dijo mientras su grito se camuflaba con la voz de alarma de un señor pidiendo un agente de seguridad.
Al poco se detuvieron, habían llegado a otra parada. Sin dudarlo, Nacho se consiguió soltar de aquellos que le retenían, recogió sus cosas y salió corriendo, perseguido por los gritos de perturbado, degenerado y pervertido.
Tras correr unos cuantos metros buscando seguridad y huir de las miradas inoportunas se detuvo, se sentó en el suelo apoyando su espalda contra la pared del túnel. ¿Qué le había ocurrido? ¿Hasta tal punto había llegado su fijación con la obra? Se había quedado dormido en el metro, todo había sido un sueño, y al despertarse y seguir enajenado había atacado a una chica, ¡que misteriosamente era igual que con la que había soñado…!
-          No puede ser… tiene que haber una explicación. Debo de haberla visto al entrar en el vagón, quizá a simple vista no me haya llamado la atención, pero he soñado con ella. No ha tenido más importancia. Tengo que relajarme, tomarme las cosas más tranquilamente…
Inconscientemente, abrió su carpeta y revisó que estuvieran todos los papeles en orden y que no faltara ninguno. Con el corazón en un puño, comprobó que todo estuviese en orden. Demasiado en orden, pensó. Había incluso un papel con el que no contaba antes de subir al metro. Era un papelito pequeño, un recorte de un folio convencional. En él se podía leer nítidamente un nombre:
Amalia
¿Cómo había llegado a parar ese papel a su carpeta? Dejó aparcado ese interrogante y se puso a releer sus apuntes buscando a cuál de los personajes correspondía la figura de Amalia. Debía de ser un personaje secundario, no podía ser uno de los principales.
Finalmente dio con ella. Eloísa, así la había bautizado cuando la creó. Entre dos párrafos que narraban las desventuras de la protagonista, sin molestar, tal y como había visto a su viva imagen, ahí estaba.
-          Te he encontrado.
A pesar de la brevedad y poca importancia que jugaba su descripción en el desarrollo de la historia, no se había dado cuenta hasta ese momento de la fuerza con la que la había creado. La protagonista y demás personajes parecían simples marionetas comparados con ella.
Decidido, cerró su carpeta. Se puso en pie, y con paso firme buscó la salida al exterior. No podía demorarse; tenía una historia que escribir y Amalia le estaba esperando.